miércoles, 30 de marzo de 2011

UNA ACOJOHISTORIA ( y 4 )

   Una vez nos hubimos reconocido inmersos en la misma tesitura, el invitado y yo volvimos conjuntamente nuestras miradas hacia el lugar en donde todo aquello había ocurrido y no vimos mas que la ventana cerrada, sin abatir, con la misma inclinación del faldón de la cubierta que la contenía. Aquello no hizo sino acrecentar nuestro desconcierto. Por mi parte traté que durante el resto de la velada no me afectara el recuerdo de las imágenes que había visto y creo que lo conseguí plenamente. También he de añadir que en ningún momento volví a establecer conexión alguna, en referencia a lo sucedido, con mi invitado; hasta que más tarde, cuando se hubieron marchado la mayoría de éstos, quedaron sólo aquel y su mujer, a solas conmigo, apurando el último trago en la terraza, a una hora bastante avanzada ya de la noche. Justo antes de que se despidieran, la mujer se levantó y fue al baño. Lógicamente aproveché la coyuntura y le pregunté al tipo si había visto lo mismo que yo. Contestó que creía que sí, presa de una visible emoción. Yo rememoré los detalles de mi experiencia, haciendo un repaso sinóptico de las imágenes que había presenciado, sin entrar en un mayor detalle del contexto histórico (recordad que yo esperaba todas las noches a que sucediera algo) ni nada por el estilo. Él escuchaba la narración de mis impresiones y asentía a todo, cabeceando como un pelele, sin ocultar su estado de excitación y, en un momento dado, mientras hacía su propio comentario acerca de lo ocurrido, pronunció la palabra “acojocosilla”. Pero ahí quedó la cosa porque enseguida volvió la mujer y se marcharon y yo me quede sólo, en la terraza, con la mirada puesta en la ventana de enfrente, pensando en todo lo que había sucedido; con esa palabra, nunca antes escuchada, retumbando en mi mente. Oficialmente, este fue mi debut con tan insigne vocablo; así se simple y de inesperado, sin previo aviso y sin vaselina. Os juro que entonces tuve la sensación de que todo formaba parte de un extraño sueño tras el cual se ocultaba alguna ignota señal.
   Pero todavía habrían algunos capítulos más reservados para esta historia, hechos que sucederían algún tiempo después de la famosa cena. Lo cierto es que a aquel personaje no lo volví a ver jamás…o eso creo. Tampoco hubo más episodios como el que presencié aquella noche, ni siquiera parecidos. Pese a la insistencia con que retomé mi diario ritual de terraza con balancín, vino y porros, nunca más se volvió a mostrar la escurridiza vecina de enfrente. En cierto modo no me importó pues lo sucedido había superado todas las expectativas, dejándome plenamente satisfecho y - ya por entonces- se iniciaba en mí el clásico proceso de mitificación, por el cual elevaba a la categoría de leyenda personal de mi vida aquel suceso. Tan sólo restaba, para cuadrar el círculo perfecto, el fleco suelto que suponía la existencia de aquel testigo, el no haber intercambiado impresiones más a fondo con esta persona casi desconocida. El comensal que afirmaba haber vivido la misma experiencia que yo se llamaba, si no me falla la memoria, Adrián Gómez o algo Gómez y era distribuidor de una conocida marca de cerveza, que por aquel entonces estaba de moda. Como dije, no le volví a ver nunca más porque, entre otras cosas, no formaba parte de mi círculo de contactos más directo, ni siquiera del indirecto. Su presencia aquella noche en la cena se había debido, más que nada, a un hecho casual. Y, por otro lado, es perfectamente lógico comprender que el motivo de lo sucedido no fuera un argumento que justificara por si mismo el hecho de que nos juntáramos por las buenas para chismorrear sobre el tema. Cuando la cuestión estaba prácticamente olvidada por mi parte, pasados unos meses, me encontré en una cata de vinos con una persona a quién yo tenía por amigo del señor Gómez y que resultó ser algo más pues en ese momento, hablando con él, me haría saber que ambos compartían una sociedad. En un momento de la charla que mantuve con este tipo le pregunté por su socio, cómo iban las ventas de cerveza, cómo estaba él, lo típico. La respuesta del hombre me dejó algo perplejo. Me confesó que el tal Gómez estaba atravesando por un momento personal muy difícil y se encontraba internado en una clínica que él tildó como “de reposo” pero que a mi me sonó a que había algo más detrás que no quería o no podía contar. Bueno, el caso es que más tarde, cuando la cata tocaba a su fin, algunos de los que quedábamos todavía en el evento, no recuerdo muy bien cómo ni a cuento de qué, fuimos invitados a una fiesta. Nos llevaron en un autobús a las afueras de la ciudad y nos soltaron en un chalet en medio de la sierra donde había armada una bacanal que ni os cuento. En este antro conocí a una mujer con la que hablé durante gran parte de la noche…

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